Algunas reflexiones sobre la vida de los animales (y los humanos) en la tierra (o de gatos que se va

Me gusta considerar que los seres vivos somos entidades espirituales encarnadas, con misiones de vida en cada encarnación (los dones que traemos como regalo para otros) y propósitos de aprendizaje (lo que necesitamos atravesarcomo desafíos para continuar con nuestro proceso evolutivo).

Creo que eso ocurre a todos los seres vivos, con distintos niveles de evolución. Y aquí tenemos, al menos, desde mi punto de vista, dos maneras de ver la vida y las experiencias.

Vemos solamente la tercera dimensión, que está conformada por las experiencias terrenales: el cuerpo, las emociones y los pensamientos.

Podemos ver la experiencia vital desde una perspectiva que incluye la dimensión espiritual, que puede explicar las relaciones invisibles entre las cosas, los seres, la situaciones. Y nos permite comprender el para qué (propósito o aprendizaje) de cada experiencia.

En la primera manera, definitivamente la vivencia será de sufrimiento y dolor, porque solamente podremos conectar con una parte de toda la escena. Es como si nos quedáramos solamente con la escena de la película donde el protagonista tiene el accidente (que después le permitirá desarrollar esa habilidad única que le traerá plenitud, etc, etc). Pero la película sigue y tiene desenlaces y cada situación tiene un sentido.

Los animales con quienes vivimos (y en este caso quiero referirme en especial a los gatos) también tienen misiones de vida. Aprendizajes por hacer. Dependiendo de la edad de su alma, tienen una sabiduría mayor o menos desarrollada (como nos pasa a los humanos) que les permite ir cumpliendo los acuerdos previos a la encarnación.

Entonces, cada experiencia es única y tiene un sentido. Podemos comprenderlo o no. Podemos verlo y confiar en ello. O no. Si no, en general la experiencia vital es dura, difícil, dolorosa e incomprensible. Si sí, podemos poner cada situación, ser y cosa en su lugar y el rompecabezas empieza a adquirir una imagen lógica.

Cada ser viene con una tarea espiritual, que va cumpliendo durante su vida. Suelen ser asignaciones que les permiten dos cosas: ofrecer sus dones luminosos a aquellos con quienes conviven (y hacer del mundo un lugar mejor) o aprender lo que aun no tienen desarrollado, para sentirse más plenos y cerca de la mejor versión de sí mismos, contribuyendo así a su desarrollo espiritual y evolutivo.

Los gatos son magníficos seres, sumamente conectados con la dimensión espiritual. Podemos considerarlos “pobres criaturas” que no saben arreglarse y necesitan de los humanos para la supervivencia o maestros de muchas áreas (el silencio, el sigilo, el equilibrio entre la acción y el descanso, el amor en libertad, entre muchos otros) que tienen sus misiones de encarnación y han llegado a su cuerpo para cumplir un propósito particular, individual y con sus seres conectados.

Entonces, cuando un gato pide salir, es un ser sabio, adentro de un cuerpo físico, emocional y mental, que sabe lo que está haciendo (aunque los humanos tengan miedo, se estresen, aunque tengan riesgos de vida) y que está eligiendo en función de su sabiduría.

Tengo la hipótesis de que muchos gatos se van de sus casas porque ya cumplieron lo que tenían que hacer allí. Aunque a los humanos nos cueste entender. Hay algo más grande que nuestra conciencia pequeña y egoica. Algo que nos trasciende. Y los gatos están profundamente conectados con esa dimensión.

No digo que sea fácil de aceptar. Personalmente, se fueron dos gatas de mi casa, en distintos momentos y circunstancias. Mi aprendizaje es el desapego. Y me sigue costando, pero es mi aprendizaje. Mis gatas me dieron lo que tenían para mí (un montonazo) y luego siguieron su camino. Es posible que hayan ido a otras casas, es posible también que hayan desencarnado. No lo sé con certeza. Pero sí sé que lo mío es mío y lo de ellas es de ellas. Y comprenderlo desde una mirada espiritual me permite conectar con la paz y saber que todo tiene un orden que me trasciende.